El presidente de Gobierno, Pedro Sánchez, ha logrado que los tantos alzados en su moción de censura en poco tiempo hayan bajado a un nivel no deseado en su inicial enfático triunfo. Lo logrado con 84 diputados tuvo su mérito pero sin percatarse entonces de que los aliados que dieron auge a su moción ahora se iban a plegar a exclusivos deseos políticos territoriales, anteponiendo un cambio de rumbo no previsto en la Constitución y obviando de ese modo las principales metas y retos que se propuso el Partido Socialista para diferenciarse del anterior gobierno de Mariano Rajoy, confiando de antemano que el Congreso aprobase una vía de estabilidad para dar paso a “los mejores presupuestos de los últimos diez años”.
Los entonces aliados, hoy adversarios, están minando los desafíos que el PSOE pretendía con la aprobación de tales presupuestos. Y se ve que a los independentistas catalanes les interesa más emprender la senda de los elefantes, que atender a sus representados ciudadanos, especialmente a los más vulnerables, que hartos de tanto mamoneo aguardan, sin más, medidas necesarias y urgentes que puedan preservar el estado de bienestar.
Esa dejadez del Govern y la relevancia que dan a las cuestiones identitarias en detrimento de los derechos sociales, con paro, precariedad, profesionales de la sanidad, profesores y bomberos en la calle reclamando mejoras, consigue que se bloqueen sus presupuestos en Cataluña y unos presupuestos en el conjunto de España que son buenos también para el resto de Cataluña
En un espectáculo cada vez más caótico, tras marchitarse el clavel socialista en Andalucía, con el resurgir del PP y Ciudadanos y la imprevisible aparición de extremistas de Vox en el proscenio político, Sánchez insiste en aplazar las elecciones, olvidándose de que quien tiene una meta tiene una razón para correr, lo cual puede deteriorar la reputación ganada y ponerle en indecisos aprietos en próximos comicios municipales, autonómicos y generales.
Querer variar el rumbo tomado en Cataluña es esencial pero tal como es la dinámica que mueve a desentender el diálogo y la vehemencia que se percibe en el pleno del Congreso, pone ante las cuerdas al presidente de Gobierno, con una alianza insuficiente e insegura con Podemos, y con una lucha de extremo desgaste llevada a cabo por dos portavoces, Casado y Rivera, que sin rubor y métodos contradictorios juegan a heredar el Gobierno de la Nación.