EL DESPRESTIGIO DE LA CULTURA

A diferencia de Marcel Proust algunos nos empeñamos en la búsqueda del tiempo aprendido a fin de poder sobrevivir en un mundo hiperbólico con seres dominantes estrambóticos.

Estamos en un momento donde la claridad se hizo obscura, la sensatez ligera y la formación con escasa luz como para ver y propiciar un alto en el camino de la bronca.

Los objetivos no deben ser otros que luchar contra la pandemia y establecer medidas ante la recesión económica que se avecina. Sin embargo, el escenario político declina en un temerario combate donde el ruido se hace dueño de todo, no teniendo valor alguno escuchar ni dejar hacer nada útil que no sea decir un amén guerrero y continuar el rito.

Un parlamento convertido en un mercadillo charlatán y con escaso valor en lo que se pretende vender.

Un exterior con calles paralelas, unas con hambre y sin dinero para comprar y otra llena de acosos y cacerolas vacías con nada por ofertar.

A diferencia de la comedia de Oscar Wilde, no doy importancia que en este drama los políticos se llamen Ernesto, Pedro, Pablo, Teófilo, Rocío, Santiago, Espinosaurio, Choclán o Tocino, sino que al menos no se desdigan de continuo.

A muchos de ellos se les da mérito cuando escaso es su provecho. En ese papel que representan y obtienen pingues beneficios les gusta exigir a los demás y no exigirse a sí mismos.

Así es que políticos que parecen transitorios se hacen permanentes, y a la inversa.

Ante la Covid.19 ningún país es inmune pero un rol de tertulianos vende cada cual su opinión creando, a veces, confusión o desasosiego, lo cual es un fraude que no recompensa a nadie.

No hace falta altares, pues estos falaces personajes crean sus minutos de gloria y se aúpan ellos solos haciéndose famosos.

La estupidez en este país puede catalogarse con D.O. alcanzando la cúspide deseada; se obvia que los principios no se negocian y en su levitación esta farándula no se molesta por obtener rigor y cultura ya que todo lo arregla en salir en TV, radio o prensa, para recibir un prestigio del que carece.

 

Vicente Montejano Conejero

EL DESCALABRO DE LA RAZÓN

Imaginemos que regañamos o acusamos a la otra parte de lo que propiamente hacemos sin permitir que nadie nos reprenda. O también definir como ofensa al que nos zahiere por el mismo hecho por el que vituperamos al contrario.

¿Sería entendible para el resto de los que, no sin cierto asombro, observara ambas conductas contrapuestas?

En verdad, no podremos comprender nuestro actual proceder si no ahondamos de donde viene tanto descalabro de la razón que muchos siguen insistiendo en denominar sentido común.

Un sentido común ambiguo según en que parte lo situemos; veraz o contrariado.

En este Ruedo Ibérico muy propenso a ser diferente del resto del mundo rechazamos hacer fotocopias de sociedades de otros países por concebir que corroe nuestro destino en lo universal y optamos por filigranas que nos despuntan como ser español muy españoles.

A lo largo de nuestra peregrina historia hemos ido de hidalgos dominantes, tenorios, villanos, pícaros, leguleyos y poco más, llegando a crear insanas costumbres o fanatismos que a medio plazo valoramos como tradiciones a defender con o sin causa, enlazando sendas cerradas con el ánimo chovinista de proseguir transitando lanza en alto sin saber dónde ni contra quien.

Esa singladura no es otra cosa que aferrarse a esa herrumbre oxidada de nuestro pasado, no exento de culpas y despropósitos, por mor de conquistas, batallas, muertes, avasallamientos, evangelizaciones y otras patrañas para esconder en realidad el principal elemento degradador: avaricia, codicia y valores mal entendidos.

De tal itinerario sale un ejemplo actual, como la manifestación del pasado 8 de marzo, Día de la Mujer, denominada de “execrable y generadora de fallecidos en España por el Covid19”, acusación lanzada por quienes antes profirieron protestas por dicha efeméride y restaron importancia a la autonomía y dignidad femenina.

Ahora se observa como se lanzan loas y aplausos (la mayoría con manos en cuyos dedos van trenzados anillos de oro, jade o aguamarinas) para un 23 de mayo, por parte de los que hicieron punible aquella manifestación, con una importante diferencia entre ambas fechas.

En la primera citada no se tuvo en consideración la gravedad de la Covid.19 y en la segunda se olvida tal gravedad pese a los muertos y posible incremento o repunte si se reincide de nuevo en un descalabro a la razón o al sentido común de una u otra parte.

 

Vicente Montejano Conejero

Periodista jubilado

UN DIBUJO EN EL AGUA

Somos una brisa, acaso un dibujo en el agua, tan insignificantes que apenas dejamos huella para entender la eternidad.

Esas bacterias que viven en nuestro planeta más de tres mil quinientos millones de años, en tanto que el ser humano apenas alcance los cinco millones, nos hacen comprender que aquello que no se ve y convive con nosotros es lo más importante para entender nuestra presencia.

Nanopartículas que sin pretender nada que no sea velar por su propia existencia nos obligan a rediseñar y configurar nuestra mente para entender que no estamos solos en este planeta y que según sea nuestro comportamiento de cara a conservar el medio ambiente, la sanidad mental e higiene, la honestidad y la decencia dependerá nuestra permanencia en la Tierra.

TODO AQUELLO QUE NO VEMOS

Todo aquello que no vemos nos transforma (y de otro modo lo que conocemos)

Hay cosas que solo podemos ver en la obscuridad (y otras no a la luz del día)

Estimo que todo aquello que no vemos pese a que estemos rodeados de esa imperceptible presencia es lo más importante y con más vida que todo aquello que a simple vista vemos y creemos que por verlo tiene más visos vitales.

Sin embargo, no es así, el misterio de la vida está allí superpuesto a una obscuridad asemejada pero donde se halla la mayor claridad de las cosas que nos rodea.

Sin sol, no percatamos nitidez, pero sí el fulgor de las estrellas. Somos seres advenedizos y, a veces, estamos ajenos a la vida de los cometas, tan efímeros como nosotros, con inteligencia quebrada y el rumbo perdido.

CONTAGIOS POLÍTICOS

Se dice que somos lo que comemos o cómo nos cuidamos, pero a ese estado físico de cada cual yo añadiría el test filosófico o ético, tal cual, de cómo reaccionamos ante cualquier incidencia diaria o cómo justificamos lo que ocurre o dejar de suceder por mor de cómo actuemos.

 

En tal tesitura, por supuesto, debes incluirte y no trasladar la culpabilidad de los problemas que no sabes solucionar hacia los demás, pese a que la palabrería que emplees te haga fabricador de milagros y restaurador de pretéritos de los que te aprovechas ahora para culpar y zaherir a quienes consideras idóneos y duros adversarios a batir.

 

Lamentablemente, la política en este país se ha convertido en esa tarasca procaz -de tú más que yo- e indudablemente repercute sustancialmente en los pilares que mantienen y defienden este estado de bienestar donde cohabitan hispanos y demás etnias territoriales.

 

Sin duda, al conjunto de la sociedad y a los políticos que nos gobiernan, se les pasa factura por resistir ante tanta ignominia multiplicada que, día a día, discurre, bien por redes o medios de prensa, alterando el producto del sosiego y la dignidad.

 

En esta suma y sigue, el presidente del PP, Pablo Casado lleva las últimas semanas responsabilizando al Gobierno por los fallecidos en la pandemia haciendo sórdidas maniobras con las cifras y datos de fallecidos, utilizando incluso informes sin rigor y aprovechando el dolor de las víctimas para sacar rédito político de ello, propasando su comparecencia en el Congreso para echar en cara al Gobierno los contagiados y muertos «de los que su familia ni siquiera ha podido despedirse de ellos».

 

Craso error del que se contagia Casado y no precisamente del Covid 19 sino de sus tácitos aliados de Vox, no habiendo disonancia alguna entre ellos, al utilizar la muerte de miles de ancianos en residencias de mayores para hacer su política sin escrúpulos o disfrazar sus discursos en valores religiosos y poniendo en alza durante sus apariciones, el odio en su mayor estado puro, así como los insultos y su miseria moral en una escalada más de su pandemia personal.

¿Hasta cuándo esta fase?

Vicente Montejano Conejero