EL HALCÓN MALTÉS

Realizada esta película pocos meses después de Ciudadano Kane, de Orson Welles, El halcón maltés, de John Huston, también es un film de introducción de género que ya contiene la esencia de una entera filmografía; pero, bien visto, solo comparte con su ilustre precedente la inclinación por los encuadres tomados desde abajo, por los techos que aplastan a los personajes, prisioneros de escenografías inexorablemente claustrofóbicas. Por lo demás, las dos películas citadas (y los dos realizadores) se colocan decididamente en las antípodas; por una parte, el cine de autor; por otra, el cine de género; por un lado, el ímpetu expresionista de un creador que construye el mundo a su propia imagen y semejanza y, por otro, el narrador que elige los encuadres, los espacios escenográficos y los tiempos de su permanencia en la película únicamente en función del relato y de los personajes, definiendo a éstos sobre todo a través de los diálogos apremiantes.

A los treinta y cinco años de edad (1906-1941), y a sus espaldas un padre gran actor, con pocas experiencias teatrales y una ya brillante carrera de guionista (Jezabel, El último refugio, El sargento York), John Huston debuta detrás de la cámara con un film basado en una novela de Dashiell Hammett, (de la cual la Warner Bros adquirió los derechos y llevada a la pantalla sin mucho éxito por Roy del Ruth en 1931 y William Dieterle en 1936).

Con trescientos mil dólares de presupuesto total (menos del importe por el que en 1994 fue vendidas por la Galería Christie las estatuilla de plomo y bronce que aparece en la película y que le da título) y ocho semanas de rodaje en estudio.

Actores consolidados como George Raft, Ann Sheridan y Geraldine Fitzgerald rechazaron ser los protagonistas, pero Huston prosiguió su proyecto, inventando un futuro para Humprey Bogart, que casi contemporáneamente se afirmaba como protagonista de su film El último refugio, extrayendo a Mary Astor de sus éxitos radiofónicos, aportando a la historia del film noir un actor de la experiencia de como Peter Lorre y ofreciendo la ocasión de vida cinematográfica a otros dos actores de teatro: el pequeño Elisha Cook Jr y el corpulento Sydney Greenstreet.

El halcón maltés también es el testimonio del puesto central que ocupa el actor en todo el cine de John Huston, quien hace con sus intérpretes largos ensayos de tipo teatral, llevándolos a hacer propios los muchos y complejos diálogos del guion, me atrevería añadir, y amalgamando los tonos con el ritmo apremiante de una recitación teatral capaz de conjugar el realismo de las situaciones narrativas con lo abstracto de su desarrollo interno.

Este film de John Huston es justamente considerado una piedra fundamental en la historia del cine “negro” hollywoodiense: después de él, el género ya no pudo ser el mismo y vio abrirse ante él los mejores años de su existencia. He aquí, entonces, cómo triunfaron, en el más brillante blanco y negro, unos protagonistas capaces de conjugar en ellos romanticismo y cinismo; he aquí cómo la acción se definió en el juego de las sombras y luces; he aquí, asimismo, la tensión ética de las confrontaciones dd la vida empujada hasta el límite de la obsesión existencial.

El estar y el aparecer, lo verdadero y lo falso, el amor y el egoísmo; es por medio de estas coordenadas especificadas por tales contraposiciones como se definen las situaciones y los personajes de El halcón maltés y, por extensión, también los mejores films noir de las décadas de los cuarenta y cincuenta.

Huston, en su conducir este juego de opuestos, exalta desde el principio us mejores cualidades como realizador, intérprete fiel del aparato narrativo, acercándolo al del guionista (casi siempre el mismo), al que da vida mediante una meticulosa dirección de actores y la elección esencial de las ambientaciones. 

¿Por qué defino de claustrofóbico este film?. Porque Huston prefiere los interiores (el despacho de Sam Spade y su apartamento; el vestíbulo y la habitación del hotel de Gutman, raramente un corredor, o fugazmente una calle) y los encuadres muy próximos, dentro de los cuales los personajes definen, entrecruzan o separan sus existencias en un continuo alternarse de sinceridad y mentira, construido sobre la dialéctica entre la palabra y el cuerpo, entre la pasión y la inteligencia (la sonrisa satisfecha de Humprey Bogart después de su ira verbal en el transcurso de su primer encuentro con Sydney Greenstreet, luego transformada en el empastar de la voz y el nublarse la mirada a causa de la trampa con somnífero en la que el detective privado cae en siguiente encuentro). Nació así un estilo en Hollywood con un nuevo realizador que atravesaría la historia del cine durante casi cincuenta años, hasta la muerte (Dublineses) en 1987.

Una curiosidad en El halcón maltés: el socio de Sam Spade, Miles Archer, se hace matar con una sonrisa en los labios en una sórdida y obscura Bush Street. 

Vicente Montejano Conejero

EL QUE DEBE MORIR (CELUI QUI DOIT MORIR)

Ayer volví a ver EL QUE DEBE MORIR (Celui qui doit morir) de Jules Dassin (1957). Un film con un casting interesante de los que destaco a una de nuestras musas a lo largo de mi juventud, Melina Mercouri, junto a Maurice Ronet, Jean Servais, Pierre Vanek, Gert Froebe, Carl Möhner y Grégoire Aslan, Fernand Ledoux, entre otros.

En este film Jules Dassin aborda la manipulación y la insolidaridad que detonan la rebelión de los oprimidos guiados por el pope Fotis (Jean Servais) hasta la localidad Lycourisi donde se desarrolla la mayor parte de la acción.Es un largometraje interesante, valiente y honesto donde se lanza un grito contra injusticias como las expuestas en este film.

Puede que la perspectiva partidista y la desbordante necesidad de Dassin por mostrar su disconformidad con la violencia que perpetúa el control establecido jugasen en contra del resultado final, pero gracias a su sinceridad se contemplan imágenes vías, al tiempo simbólicas y cargadas de realismo. Este film parte del entusiasmo de quien sabe que puede expresar con libertad sus ideas (con las que se puede o no estar de acuerdo), su creatividad, su crítica y la emoción de aquel que siente que por fin puede plasmar cuanto le ronda por la mente. Por ello, pese a su aparente tono anticlerical, el tono de El que debe morir no lo es, pues es humanista, de fuerte carga crítica, que es posible provoque incomodidad al público al que obliga plantearse aspectos sociales e individuales que surgen de las imágenes que plasman la insolidaridad extrema y la manipulación religiosa del pope Grigoris (Fernand Ledoux), con la cual el religioso pretende mantener intacto un orden que poco o nada tiene que ver con el mensaje de la Pasión que los vecinos pretenden representar en el pueblo donde se erige dictador. 

Este film está basado en la novela de Nikos Kazantzakis Cristo de nuevo crucificado, la película se ambienta en 1921, en suelo griego ocupado por los turcos, aunque la presencia otomana resulta secundaria, a pesar de ser vital al inicio (incendian la aldea donde los supervivientes inician su éxodo) o se individualice en Lycourissi en la figura del Agha (Grégoire Aslan), una especie de Poncio Pilatos que concede el permiso para representar la pasión de Cristo que la comunidad griega celebra cada siete años. Para ello, el consejo de ancianos, formado por los cuatro hombres más influyentes (el maestro, el usurero, el más rico y el pope) elige entre la población a quienes harán de apóstoles, de Maria Magdalena y del mesías que se sacrifica.

Curioso, pues ninguno de los elegidos, ni de quienes lo eligen, son conscientes de la importancia de ese instante de elección, ni que los actores responden de manera similar a quienes representan.

¿Qué es un apóstol, si no aquel que acude cuando lo necesitan? Se preguntan y se convencen mientras preparan sus personajes. Dicha necesidad la observan en el pueblo errante que acude a la villa en busca de ayuda. Pero allí se la niegan por temor a los cambios que pueden implicar su presencia, de modo que se les expulsa apoyados en la falsa enfermedad de cólera que les atribuye el pope dictador Grigoris.

Los hechos que se suceden provocan que el pope continúe adelante con su mentira, excomulgue a quien se oponga a sus designios, lleve a los suyos a las armas o exija al jefe turco Agha la cabeza de Manolios (Pierre Veneck), quien en su representación de Cristo no acepta el trato de favor del turco y se sacrifica por los oprimidos con quienes Jules Dassin indudablemente simpatiza.

El último plano es excepcional con los griegos oprimidos sin rendirse y con armas a la espera de enfrentarse en una lucha letal contra los griegos que siguen a Grigoris.

Cuando en su día se proyectó este film en el festival de Cannes (1956) fue recibido con disparidad de opiniones, pocas positivas (entre ellas la de Jean Cocteau) y muchas negativas, quizá por el carácter combativo de una película que no cayó bien entre la crítica conservadora, un film que no escondía ni su denuncia a la hipocresía institucionalizadas ni el infantil maniqueísmo de buenos y malos.

Vicente Montejano Conejero (27/10)

RECELO ANTE ALGUNAS BATUTAS POLÍTICAS Y MEDIÁTICAS

Existe una obesidad informativa preocupante para un trastocado cuerpo social que desde ha tiempo deambula desconcertado e insatisfecho por esa constante carta que a la vista desde distintos medios políticos e informaciones de prensa se le ofrece. Paparruchas, contrariedades, infamias, mentiras reiteradas sin contrastar o sin respuesta con el fin de alcanzar el símil de una verdad. 

Un parlamento inefable del que no se entiende que sus máximos allegados se aúpen desde sus escaños para de ese modo dejar de ver lo que ocurre en cada casa y familia de quienes les votaron, éstos asediados por los pilotes de un neoliberalismo depredador y excluidos de los continuos beneficios de los mercados financieros, que vienen produciendo precariedad, altos precios, bajos salarios, paro, pobreza, mendicidad y una creciente desigualdad manifiesta.

En este menú ibérico, escaso de valores proteínicos honestos, se dificulta que crezca la sensatez y de ahí las hormonas de la sinceridad queden mermadas por triglicéridos de infundios o algoritmos lodosos que soportan grados de informaciones poliinsaturadas y enjuiciamientos nocivos para la salud de una sociedad donde, además, impera una activa soledad que ahoga y obliga a sortear cualquier problema diario con visos de convertirse en sistémica.

Esa idea perversa que hay ahora de definir como transversal cualquier iniciativa por el mero hecho de recalcarla como apreciación señera o puntera (diría yo, imprecisa), junto a ese estuche de mequetrefes politicastros plenos de estultos narcisismos, de grande a excelso; egos basculantes de si me das ombligo te doy brazo, pero si me das pie te doy mi rechazo, y así un sinfín de pichotes que alardean de tener y luego de lo cual están exentos.  Este me first (primero yo) como emblema hace palidecer a una sociedad ya de por sí vejada por las desigualdades que sufre y lo que conduce irrevocablemente a una soledad sin paliativos; a veces, comienza desde épocas tempranas y finaliza de mayores con el desapego familiar y, por tanto, muchos de los cuales abandonados en su suerte en residencias donde mueren solos.  

De todo lo indicado tomen nota ciertos medios de prensa y grupos políticos que sin coincidir o concediendo dan pie a que se pida que éstos dejen la batuta y que la música entone the sound of silence.

Recordando a Gustave Flaubert, “el futuro nos tortura y el pasado nos encadena. He ahí por qué se nos escapa el presente” o aquella reflexión cercana a la semántica que nos invade, “el lenguaje humano es como una olla vieja sobre la cual marcamos toscos ritmos para que bailen los osos, mientras al mismo tiempo deseamos hacer una música que derrita las estrellas”.   

No obstante, las estrellas siguen brillando mientras con estos lapsus nuestro universo humano se va apagando, yo por eso aún sin fumar llevo cerillas.     

Vicente Montejano Conejero   

EL QUID DE LA CUESTIÓN DE LA REFORMA LABORAL

A golpe de BOE no se consiguen milagros pero tampoco con que transcurran dos años y lo prometido sobre derogar la reforma laboral de Rajoy no se logre llevar a efecto por mor de lo que digan o exijan ciertos poderes fácticos de unos u otros. 

El ruido mediático es tal que el ciudadano de a pie necesita que se le explique lo que pasa a fin de entender que no es un ejercicio meramente económico sino todo lo que representa y significa derogar la Reforma Laboral del PP. 

Lo cual conlleva:  Dejar sin efecto la normativa laboral para abaratar el despido y

devolver las condiciones laborales como salarios y derechos de los trabajadores

Dejar nula la objetivación de causas como para llevar a cabo los abaratamientos o la flexibilización de las relaciones laborales a partir de la prevalencia de los convenios de empresa por encima de los sectoriales. Es decir, fácilmente se podía despedir por causas económicas, técnicas, organizativas y de producción. Una prerrogativa de la empresa en la que el empleado poco o nada podía aducir y que produjo que los salarios fueran más bajos de los que fijaban los convenios sectoriales

Asimismo, se rebajó la cuantía por ex empleado pasando de 45 días por año a 33, con un máximo de 24 mensualidades. Otros expedientes de regulación temporal de empleo (ERTE) y los ERE, para los cuales, las indemnizaciones se rebajaron hasta los 20 días por año trabajado y eliminándose la necesaria previa autorización administrativa.

En el caso de que el trabajador interpusiese una denuncia, se eliminaba los salarios de tramitación, cuantía acumulada desde que era despedido y se dictada la sentencia judicial.

El hecho es que con tales medidas no se incentivaron las contrataciones ni fueron eficaces los despidos para las propias empresas.

Colectivos de trabajadores perjudicados por este reordenamiento de los convenios y que sólo beneficiaron a empresas que para competir dejaban caer los precios pero siempre a costa de rebajar salarios y con ello las condiciones de sus trabajadores.

¿No sería recompensable que los empresarios ganasen dinero creando empleo y que los trabajadores asumiesen salarios dignos que les permitiese seguir en la onda de la recuperación, sin desequilibrios o tapujos hipócritas que nos conduzca a un callejón sin salida?

Con este percal ¿seguimos vistiendo de franela las hechuras de nuestro atuendo empresarial y productivo o hallamos un modo y forma de andar sin smoking pero abrigados y con garantías de que no sigan imperando la desigualdad, el incremento de la pobreza y mendicidad en una sociedad que se merecen mejores y más audaces empresarios y políticos?     

Vicente Montejano Conejero