No soy amigo de extremos ni dado al dislate o a la facundia, de ahí que no me sea saludable la superabundancia de mensajes sin otro sentido que captar voluntades ciegas. Mensajes que llevan una marca, sigla o distintivo y, por tanto, con el objetivo concreto de comprar conciencias ajenas, sin muestra de dignidad alguna.
Ese campo de experimentación también es empleado por algunos medios de comunicación, donde las noticias se han transformado en mercaderías. Vender se ha convertido en el principal instrumento válido para esas empresas de la comunicación, con la desagradable consecuencia de observar que dicho ejercicio no implica que sea un ejercicio de libertad.
La historia nos explica que cualquier ciclo vital tiene comienzo y final y de su lectura se suelen sacar conclusiones válidas. Si lo negativo sabemos positivarlo, comprenderemos que la libertad no es solo un término mal empleado, sino un estado de dignidad humana por el que continuamente debemos luchar. A ese estado natural no forzosamente se debe llegar, atravesando caminos avezados con firmes y destinos tenebrosos, sino afianzados en las sombras de nuestra vivencias, que se mueven en una operación de rastreo hasta hallar una libertad no comprada aunque sí comprometida con los demás.
Ya no me escandaliza lo más mínimo la televisión o algún que otro medio de comunicación escrito, pero sí estoy harto de sucesivos oprobios, publicaciones con desdoro y tertulias de eméritos personajes de turno, sabiendo de todo lo ajeno y nada de lo propio, además de resaltar atávicos juicios y dictaduras asesinas.
De la misma forma que hay paternalismos peligrosos, existen libertades “mudas” que no son más que un trueque para desprestigiar la propia libertad de expresión. Y tal osadía no raya la gravedad si no nos atrevemos adoctrinar a los demás con nuestros escasos conocimientos y sectarismos perversos.
Pienso que el ejercicio de hurgar, indagar, querer y desear averiguar, pueden ser nobles variantes de nosotros mismos, si con ello hacemos de nuestro poso de sabiduría un gesto reflexivo de hesitación y, de ese modo, de comprensión hacia los comportamientos de los demás.
Cuanto más leemos, estudiamos, escuchamos, nos equivocamos, corregimos y nos detenemos en cada instante para comprender el mundo en que vivimos, más ignorantes nos sentimos, lo que puede hacernos temblar , a veces, de pura ingenuidad. Y es que reconocer las propias responsabilidades y los propios errores no implica estar vencido, sino por el contrario, eres humano/a y más sabio/a. Y que estás vivo/a. Y que es difícil que termines en un infame volante vocero.
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