Somos una brisa, acaso un dibujo en el agua, tan insignificantes que apenas dejamos huella para entender la eternidad.
Esas bacterias que viven en nuestro planeta más de tres mil quinientos millones de años, en tanto que el ser humano apenas alcance los cinco millones, nos hacen comprender que aquello que no se ve y convive con nosotros es lo más importante para entender nuestra presencia.
Nanopartículas que sin pretender nada que no sea velar por su propia existencia nos obligan a rediseñar y configurar nuestra mente para entender que no estamos solos en este planeta y que según sea nuestro comportamiento de cara a conservar el medio ambiente, la sanidad mental e higiene, la honestidad y la decencia dependerá nuestra permanencia en la Tierra.